Cohetería prende en llamas.
lunes, 8 de diciembre de 2025
domingo, 7 de diciembre de 2025
La Otra Navidad: Cuando la Familia se Convierte en tu Peor Enemigo
La Navidad es presentada como la época de la paz, del perdón, de la unión familiar. Pero esa es la versión que se vende en tarjetas, anuncios y películas. La realidad, para muchos, es muy distinta. La Navidad también es el escenario perfecto para que ciertos familiares —los mismos que viven para el conflicto— salgan a relucir con todo su veneno.
Todos conocemos al familiar disfuncional, al que disfruta provocar, al que busca robar pequeñas cosas solo para causar daño, al que manipula, distorsiona, inventa y destruye. Son los que esperan diciembre como una oportunidad para encender pleitos y arruinar la armonía. Personas que no buscan soluciones, sino guerra; que no dialogan, sino que atacan; que no respetan, sino que invaden.
La violencia navideña existe. Es silenciosa, cobarde y muchas veces viene disfrazada de “inocentes malentendidos”. Pero detrás de esos gestos “pequeños” hay una intención clara: desestabilizarte emocionalmente, hacerte perder el control, o simplemente recordarte que disfrutan verte mal.
Peor aún, muchos de estos personajes se esconden detrás de títulos, trabajos o apariencias respetables. Maestros, empleados públicos, líderes comunitarios o trabajadores formales… pero nada de eso cambia la realidad: hay personas que aunque tengan uniforme, diploma o puesto, siguen siendo oscuras, destructivas y tóxicas. El cargo no convierte en buena persona a nadie.
Y hablo con conocimiento de causa.
Cuando la familia se vuelve un campo minado
Durante el cumpleaños número 40 de mi hermano Edgar, lo que debía ser una reunión normal terminó marcado por actos que no pueden llamarse simples coincidencias. Objetos desaparecidos de la cocina, movimientos extraños y actitudes que no dejan duda: había una intención clara de provocación. ¿Por qué? Porque para algunos, la Navidad no es una celebración; es un pretexto para iniciar conflictos.
Y esto no es aislado. Antes, durante una hospitalización mía, desapareció de mi billetera una tarjeta de ingreso a mi residencia. Hecho “casual”, dirían algunos. Pero cuando las mismas personas aparecen siempre alrededor de situaciones turbias, ya no es casualidad. Es un patrón. Un patrón de conflictos, robos pequeños, manipulación y ataques emocionales.
Lo más triste —y más confrontativo— es que estas personas no roban por necesidad. Roban miserias: licuadoras, tarjetas, pertenencias de poco valor económico pero de alto impacto emocional. No lo hacen porque les falte dinero, sino porque les sobra maldad. Lo hacen para hacerte sentir vulnerable, para provocarte, para buscar que explotes, para sacarte de tu propio hogar.
Es una estrategia de desgaste emocional.
Una forma de intimidación disfrazada de “problemas familiares”.
Una forma de violencia.
El enemigo interno
Y aquí viene la parte más dura:
no todos los enemigos vienen de fuera; algunos vienen con tu mismo apellido.
Son familiares que en lugar de apoyarte intentan derribarte. Personas que se alimentan del conflicto. Que envidian, manipulan y destruyen desde dentro. Que sonríen en público mientras atacan en privado. Que usan la Navidad como excusa para detonar pleitos que llevan años cargando.
Y lo hacen porque:
-
No quieren verte en paz.
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No soportan tu estabilidad.
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No toleran que tengas tu espacio, tus cosas y tu tranquilidad.
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Necesitan conflicto para sentirse vivos.
Para estas personas, la Navidad no es celebración: es territorio de guerra.
Verdades incómodas que nadie quiere decir
La mayoría prefiere callar para “no arruinar la fiesta”.
Pero la fiesta ya está arruinada desde el momento en que alguien mete la mano donde no debe, provoca un conflicto, roba, manipula o intenta humillar a otro miembro de la familia.
Callar es permitir.
Y permitir es repetir año tras año la misma historia.
Por eso esta nota existe. Para decir lo que muchos viven pero pocos se atreven a escribir: la familia también puede ser tóxica, destructiva y peligrosa. Y cuando esa toxicidad aparece en Navidad, el daño es doble, porque destruye no solo objetos o momentos, sino también el espíritu y la salud emocional.
La conclusión más dura
La verdad es cruda:
No todos celebran la paz en Navidad.
Algunos celebran el conflicto.
Y reconocerlo no es debilidad; es defensa propia.
Es poner límites.
Es proteger tu hogar, tu mente y tu bienestar.
Porque al final, uno también tiene derecho a decir:
“Hasta aquí. No más. Mi Navidad no será el escenario de nadie para destruir mi tranquilidad.”
